Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100043
Legislatura: 1882-1883
Sesión: 6 de diciembre de 1882
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 4, 24-26
Tema: Contestando al discurso del Sr. Duque de la Torre en apoyo de su interpelación en el debate sobre política general.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Me levanto, Sres. Senadores, bajo una dolorosísima impresión. Si cualquiera me hubiera dicho hace algún tiempo que mi distinguido amigo el Sr. Duque de la Torre había de enarbolar aquí una bandera política enfrente de la que yo mantengo, lo tuviera por imposible. Sin embargo, esto que a mí me parecía tan imposible acaba de suceder. La pena que este hecho me produce, encuentra, sin embargo, su lenitivo en la tranquilidad de mi conciencia por la rectitud de mi proceder para con mi siempre distinguido amigo. En nuestras relaciones políticas y en nuestro trato particular, no he dejado jamás, en ninguna de las vicisitudes de mi vida, de guardarle toda aquella consideración, toda aquella cariñosa deferencia que acostumbran los hombres unidos con el doble lazo de la gratitud y de la amistad. (Bien, bien); lazos que si hoy llegaran a quebrantar, ya que no a romper, nuestras diferencias políticas, protesto de que no es mía la culpa; que yo estoy donde estoy y como estoy, con acuerdo del Sr. Duque de la Torre, y más de una vez con su consejo y entusiasmo. (Bien, bien).

No quiero con esto, líbreme Dios de semejante cosa, dirigir un cargo al Sr. Duque de la Torre; pero me importa hacer constar que estoy donde estaba, y que es S. S. quien ha ido a otra parte, usando del derecho perfecto que tiene de ir donde la plazca.

Si después del mucho tiempo que hemos vivido juntos, y que juntos hemos atravesado con fortuna varía los procelosos mares de la política, unas veces con serenos y otras con borrascosos tiempos, hoy nos encontramos a bordo de distintos buques, no he dado yo motivo que pueda justificar esta para mí siempre sensible separación. Su señoría quiere emprender otros caminos, S. S. quiere seguir otros derroteros: sea, puesto que S. S. lo quiere; pero declaro que el sentimiento de nuestra despedida será para mí menos intenso y menos duradero si al abandonar S. S. la playa a que juntos arribamos, y dejándome solo al surcar los nuevos mares en que S. S. se engolfa, consigue al menos, tiempos más bonancibles y una navegación más feliz y afortunada.

Yo de lejos le seguiré, recordando siempre con agrado los tiempos, ya prósperos, ya adversos, que juntos hemos pasado, y deseándose con todo mi corazón que entre los nuevos amigos que hoy le acompañan, encuentre siquiera uno, uno que le guarde la consecuencia, la lealtad, la sinceridad y la desinteresada constancia que yo le he guardado. (Bien, bien).

Su señoría, como manifestación de los nuevos rumbos que ha creído conveniente tomar, nos ha hecho un discurso y nos ha leído un programa. Pocas palabras han de bastar para dar cumplida contestación al discurso y al programa.

Realmente, puede considerarse este trabajo dividido en dos partes. Una parte simpática, aceptable, patriótica: la que se refiere al deseo de atraer la democracia hacia la Monarquía. ¡Pues no ha de ser simpática! ¡Pues no ha de ser aceptable! ¡Pues no ha de ser patriótica!

Ese programa lo aceptamos todos; es más, el programa, en esa parte, lo estaba realizando el Gobierno, y con gran éxito. ¿Qué significa, si no, Sres. Senadores, la benevolencia con que las fuerzas que se conservan todavía extrañas a la legalidad nos trataban? ¿Qué significa, si no, la aproximación completa de una fuerza importante, de un grupo considerable de personas, muchas de ellas de reconocido talento y de indisputable mérito, que habían reconocido ya la Monarquía y la legalidad vigente? ¿Qué significaba, más que el resultado de esa política que el Sr. Duque de la Torre propone en su programa y que el Gobierno estaba realizando? Estaba realizándose ese programa, Sr. Duque de la Torre, y a pesar de la mejor intención de S. S., los resultados se han interrumpido a causa de este nuevo movimiento político. El exceso de celo de S. S., que yo aplaudo; la pasión ferviente que S. S. sintió siempre y que sienten sus nuevos amigos por la Monarquía y por la dinastía, pasión que yo aplaudo más, han venido sin embargo, en lugar de apresurar el movimiento, a interrumpirlo; y la cosa es clara y además muy natural. El Gobierno, realizando su pensamiento, dando al país todas las libertades que pueda disfrutar el país más feliz de la tierra, procuraba atraer de este modo, que es el que creo más digno para todos, la democracia a la Monarquía; pero cuando la democracia ha visto que se le ofrecía más, ha contestado: ¡pues adelante! ¿Qué ha de hacer Mahoma si la montaña viene hacia él? ¿Por qué ha de ir Mahoma hacia la montaña?

Sí, Sr. Duque de la Torre: ese programa se estaba planteando; en la parte simpática se tocaban sus efectos, y como resultado de él había ya dentro de la legalidad vigente considerables fuerzas nuevas.

Y ya que hablo de la legalidad vigente, me acuerdo de otra cosa. No sólo se ha detenido el movimiento iniciado, no solamente se ha interrumpido, sino que se ha retrasado, se ha retrocedido, porque una parte de la democracia había reconocido la legalidad vigente, había entrado en la Constitución de 1876, y a consecuencia de la actitud del Sr. Duque de la Torre, ha vuelto atrás y ha proclamado la Constitución de 1869.

Ya ve el Sr. Duque de la Torre cómo, en lugar de ganar, hemos perdido, a pesar de todo su buen deseo; porque tampoco pienso como el Sr. Duque, en que cuando se inician ciertos movimientos políticos hay que precipitarlos. Creo que precipitándolos suele suceder lo contrario de lo que quiere obtenerse; mientras que dejándolos que lentamente se realizaran, como se venía realizando, daba lugar, tiempo y espacio a que la convicción determinara el momento oportuno de concluir la evolución sin que nadie se sintiera herido en su dignidad, y de modo que todo el mundo tuviera el convencimiento y confianza en esa evolución.

Sobre la parte simpática del programa expuesto por el Sr. Duque de la Torre, no tenemos nada que rechazar: lo aceptamos, lo aplaudimos, lo acepta el Se- [24] nado, lo acepta el país, lo acepta todo el que sienta en su corazón verdadero patriotismo.

Pero vamos a la segunda.

La segunda parte del programa es la forma de su realización dentro de la Constitución de 1869, sin ambages ni rodeos. Ya no hay otra fórmula; ya no hay modificaciones, vacilaciones ni dudas; el programa ha de realizarse dentro de la Constitución de 1869. Pues esta parte del programa del Sr. Duque de la Torre es inoportuna, es innecesaria, es perturbadora y es peligrosa; por lo cual no es aceptable, y el Gobierno resueltamente lo desecha.

La Constitución de 1869, en su tiempo, bajo la pesadumbre de las circunstancias en que se elaboró, pudo ser admitida como una transacción; pero la verdad es, y los hechos lo han acreditado, que garantiza poco ciertos intereses y ciertas instituciones que ninguno que sea sinceramente monárquico puede en manera alguna abandonar. (Muy bien, muy bien) ¡Ah, señores! ¡La Monarquía es algo más que las prerrogativas que en la Constitución se le señalan! El Rey posee algo más que las facultades que se le conceden; el Rey es ante todo un prestigio, y ese prestigio está nublado en la Constitución de 1869. (Muy bien, muy bien.) Cuando no había Rey, cuando estaba vacante el Trono, entonces, como una transacción con los republicanos, para salvar siquiera el principio de la Monarquía, pudo ser aceptada y se aceptó por los monárquicos; pero cuando el principio monárquico está asegurado, cuando el Trono está ocupado, cuando el Rey se encuentra en la plenitud de su poder y de su prestigio, ¡volver a la Constitución de 1869! ¡Ah, no! Ni el Gobierno puede volver, ni en lo que de él dependa consentirá que se restablezca. (Muy bien, muy bien.)

Y no se me diga que yo he ofendido en absoluto aquella Constitución; en esa parte no la defendí jamás. Me satisfizo la transacción, porque en aquel momento, lo que había que hacer era salvar a todo trance el principio monárquico, y se salvó transigiendo con los republicanos. Pero en el momento en que vino la Monarquía, siendo yo Presidente del Consejo de Ministros del Rey D. Amadeo, lo primero que hice fue proponerle, el mismo día que juré el cargo, y aún creo que antes de jurar, la modificación de la Constitución de 1869, y en cierta manera hice presentes algunos de estos defectos en el discurso de la Corona que se puso en los labios de aquel Monarca al abrirse las Cortes en este mismo Cuerpo Colegislador.

Que después he defendido yo la Constitución de 1869 contra la de 1876. Sí; no seguramente en toda su integridad, pero yo defendí la Constitución de 1869, porque era la encarnación de la revolución de Septiembre, y yo, fuera de los extravíos y fuera de las catástrofes de aquella revolución, en los cuales no tuve parte ninguna, y que a pesar mío sobrevinieron, no me arrepiento en nada de la revolución de Septiembre.

Era lo único que quedaba como espíritu de aquella revolución, y defendí la Constitución de 1869 contra la de 1876, diciéndole entonces al Sr. Cánovas, Presidente del Consejo de Ministros: ?Su señoría hace un mal muy grande prescindiendo de la Constitución de 1869: es la Constitución de la revolución de Septiembre; haga en ella las reformas que quiera S. S., y sobre esa base establezca la Constitución futura, que quizá todos le ayudaremos a modificar algunos de sus preceptos?. Además, lo que el Sr. Duque de la Torre se propone es de todo punto innecesario. ¿Para qué quiere S. S. y los nuevos amigos que le acompañan, el cambio de la Constitución? ¿Para el desenvolvimiento de todas las libertades? No es obstáculo ninguno la Constitución del 76. El Gobierno hasta ahora no ha encontrado en la Constitución del 76 obstáculo alguno para el desenvolvimiento de ninguna libertad. Señores, ¿qué obstáculos pone la Constitución del 76 a la libertad de reunión, cuál a la libertad de conciencia, cuál a la libertad de asociación, cuál a la de imprenta? ¿Qué obstáculos pone para dar al ciudadano en su mayor extensión el sufragio, el derecho electoral? Decídmelo; decidme una libertad para la que sea obstáculo la Constitución del 76, y yo en lo que pueda no me niego a su modificación. Así, que me prueben que la Constitución del 76 en alguno de sus preceptos presenta obstáculos para el desenvolvimiento de todas y cada una de las libertades que disfrute el pueblo más civilizado de la tierra, y propondré la modificación de ese precepto de la Constitución. Pero en lo tocante a la Monarquía, no; ni ahora ni nunca, mientras sea monárquico, que no he de dejar de serlo. (Murmullos en la minoría conservadora.)

Como ahora hay monárquicos que ayudan al restablecimiento de la Constitución del 69, parece hay necesidad de que cada uno dé fe de sus convicciones monárquicas. Respecto a mí, basta diga mientras sea monárquico, para que todo el mundo entienda que lo he de ser toda la vida. (Aplausos.) De eso responde mi pasado.

Cuando era peligroso decir que era monárquico, lo ha declarado y lo he dicho, y ni un solo momento, ni uno siquiera, he dejado de trabajar en favor de la Monarquía.

Por consiguiente, ¿hay necesidad de decir que no he de dejar de ser monárquico? Por lo mismo que soy monárquico sincero, no quiero Constituciones de las cuales se ha dicho que no admiten más que la cantidad menor de Rey posible; no quiero Constituciones con las cuales ha podido hablarse de Reyes provisionales: no.

Quiero la Monarquía rodeada de todo su esplendor y prestigio: si no, no sería monárquico, sería republicano.

De manera que resulta, Sres. Senadores, que la Constitución del 69 no se necesita nada en cuanto al desenvolvimiento de la libertad. Luego ¿para qué la necesitáis? No se necesita la Constitución del 69, porque la del 76 es suficiente para el desenvolvimiento de la libertad, y planteando ahora la del 69, no se hará sino quebrantar la Monarquía. Quiero la libertad, como el Sr. Duque de la Torre y como sus amigos; quiero el brillo de la libertad, pero sin que oscurezca el brillo de la Monarquía. Y no quiero decir una palabra más sobre este punto.

El Gobierno agradece al Sr. Duque de la Torre la benevolencia con que le ha tratado y el concurso que le ofrece; pero no puede menos de hacerle observar que esa benevolencia de S. S. y ese concurso no están en manera alguna en armonía con los actos que sus amigos han realizado en los dos días que las Cortes han celebrado sesión; que se avene mal esa benevolencia ofrecida, con la prisa que sus amigos se han dado, con la precipitación que han tenido para realizar el acto de hostilidad más grande y de oposición más sistemática que se puede hacer a un Gobierno, la cual consiste de parte de una oposición en coaligarse [25] con sus propios adversarios y con los adversarios del Gobierno para disputarle los puestos en las Mesas de los Cuerpos Colegisladores. (Bien, bien. ?Rumores.) No lo critico; lo que digo es que estos actos de verdadera y sistemática oposición no están en armonía con esos ofrecimientos de benevolencia. (Aplausos.)

Llamo la atención del Sr. Duque de la Torre, porque estoy seguro que en el corazón de S. S. no cabe abrigar esos propósitos ni emplear esos medios. Su señoría puede estar separado de sus amigos; S. S. puede creer que no hemos hecho todo lo que creía que debíamos hacer; puede creer que hemos caminado despacio, y puede, en su consecuencia, tomar otra actitud y defenderla ante nosotros con cariño, como amigo que acaba de ser y que es; pero lo que no puede hacer el Sr. Duque de la Torre es coaligarse con sus adversarios de siempre para combatir a sus amigos de ayer. (Bien, bien.)

No; eso no lo quiere hacer el Sr. Duque de la Torre, porque no quiere hacer nada que sea contrario a la libertad, y no hay nada más contrario a la libertad que unirse con los conservadores para derribar a los Gobierno liberales. (Grandes rumores y exclamaciones de los conservadores ¡Oh, oh!). Contestad con razones, y no interrumpáis con exclamaciones de mal gusto. (Rumores.) Voy creyendo, en vista de vuestra actitud (Dirigiéndose a la minoría conservadora), que es cierta y verdadera la cooperación que se dice habéis dado al Sr. Duque de la Torre para el restablecimiento de la Constitución de 1869. (Muy bien, muy bien.)

Ya lo voy creyendo, aunque pensaba que en su buen deseo se equivocaba. Lo voy creyendo. (No, no.) ¿Decís que no? Pues ya lo sabe el Sr. Duque de la Torre: no le habéis dado vuestra cooperación. (Bien, bien.) ¿Qué ha de obtener de vuestro concurso el Sr. Duque de la Torre? ¡Ah! Yo espero, espero de su antigua amistad, del amor igual que profesamos a la libertad, espero que no vuelvan a hacerse esas coaliciones de amigos que acaban de separarse de nosotros por pequeñas disidencias sin duda, con el partido conservador, enemigo común suyo y nuestro; esas uniones cuyo resultado no puede ser otro que la debilidad del partido liberal, como en otras ocasiones, y la muerte de la libertad. Por lo demás, para que vea el Sr. Duque de la Torre si quiere ser amable con S. S. y con los amigos que a S. S. acompañan, que creo que le acompañen en el deseo de que la libertad sea una verdad en el país, para que vea esto, le diré que el Gobierno no tiene reparo ninguno en aceptar todo el programa que S. S. ha expuesto, pero dentro de la Constitución del 76; y como ésta no es obstáculo para nada, resultará que con nuestro programa tiene realizadas todas sus aspiraciones sin menoscabo alguno de cuanto S. S. y nosotros tenemos el deber de defender y respetar.

La bandera que el Sr. Duque de la Torre, con la mejor intención sin duda, ha izado, es sin embargo, créame S. S. una bandera de desconfianza al Trono, de confusión en la política, de división en los partidos, y para el triunfo de la libertad completamente inútil.

El país además no pide cambios constituciones; y tal como se le ofrecen, tampoco sería prudente concederlos.

Voy a poner enfrente del largo programa que S. S. ha leído, y que más difícil que exponerlo le habrá de ser practicarlo; voy a poner enfrente de ese programa el del Gobierno, que es muy sencillo, y que está al alcance de todos, con el cual, créame S. S., se conseguirá el mismo resultado que apetece sin las perturbaciones a que daría lugar el cambio constitucional.

El programa del Gobierno consiste simplemente en el mantenimiento de la Constitución de 1876 mientras no se demuestre de cualquier modo que ella puede ser obstáculo en alguno de sus preceptos al desenvolvimiento de todas y cada una de las libertades que disfrutan los pueblos más civilizados del mundo; en proseguir dentro de esta Constitución el camino emprendido ya del progreso pacífico, presentando todas las leyes prometidas, y en asegurar cada vez más y más el sentido reformista, pero prudente, que caracteriza a esta situación, y que es el único, a mi juicio, que armonizará verdaderamente la libertad con el orden para mantener estrecha y cariñosamente unidos, en bien de la libertad y para dicha de todos, el Rey y el pueblo.

El país y la Corona oyen la voz de todos; al juicio de la Corona y del país y sus representantes nos entregamos completamente confiados. Pero si prevalecen las impaciencias sobre la justicia, las pasiones sobre la razón, y si las evoluciones de los partidos y las combinaciones parlamentarias hiciesen fracasar la política que creemos juiciosa, nosotros, tranquilos, abandonaríamos este sitio, en la seguridad de que el partido liberal había de ser más fuerte, más grande y más respetado vencido que vencedor, si para vencer hay que alentar una empresa, en entender del Gobierno, arriesgada y peligrosa. (Bien, muy bien.) [26]



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